A la medida humana | Laboratorio del Lenguaje

Estamos demasiado acostumbrados a utilizar como forma de medir, y de expresar las medidas, el sistema métrico decimal y no nos damos cuenta de que éste, con su definición del metro como “la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre” o sus actualizaciones para hacerlo más tangible en forma de “barra de platino iridiado” o de longitud de onda de un cierto elemento químico o de espacio recorrido por la luz en el vacío en un determinado tiempo, son todas ellas como quien dice de ayer mismo. El hombre ha necesitado siempre representar los tamaños y ha buscado para hacerlo medidas más al alcance de la vista y, sobre todo, a escala humana, fácilmente comparables con los de alguna parte de su propio cuerpo aunque éstas difieran notablemente de unos individuos a otros. Así surgieron el pie, el paso, la milla o mil pasos, la braza que correspondía a la distancia de punta a punta entre los dedos medios con los brazos extendidos, la yarda inglesa equivalente a la distancia desde la punta de la nariz hasta la punta del dedo medio con el brazo extendido, el codo, la pulgada, el palmo o el jeme. Esta última unidad, el jeme, de nombre quizá desconocido para muchos de los hablantes, es, sin embargo, una de las más utilizadas en la práctica del día a día cuando queremos expresar tamaños reducidos: es la distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del índice, separado el uno del otro todo lo posible; hagamos memoria y confirmaremos cuantas veces hacemos ese sencillo gesto con la mano.

medidas

Otras medidas hubieron de ser inventadas para longitudes mayores aunque siempre referidas a las antropométricas: la vara, la legua…  También éstas variaban de un lugar a otro e incluso en el mismo sitio según la época considerada. En muchos pueblos españoles, en los espacios donde se instalaban los mercados y ferias, podemos todavía encontrar grabada en algún muro la medida oficial de la vara para ese reino o esa comarca. La legua, el camino que un hombre a pie o en cabalgadura podía recorrer en una hora, marca aún en nuestra geografía la distancia entre muchas poblaciones que son o fueron importantes; curiosamente esa distancia se aproxima mucho a las siete leguas, unos cuarenta kilómetros actuales, que en el célebre cuento infantil de Pulgarcito (original de Perrault) era lo que el maravilloso calzado permitía al ogro caminar de una sola zancada.

José Ignacio de Arana

Origen: A la medida humana | Laboratorio del Lenguaje