El español y su vocación internacional

se-habla-spToda lengua cumple una triple función desde la perspectiva económica: como materia prima o insumo esencial de bienes que se producen o servicios que se prestan; como medio de comunicación compartido que agiliza la negociación entre las partes contratantes, propiciando entornos de afinidad en los mercados; como seña de identidad colectiva, expresión de lazos intangibles y simbólicos que nutren el capital social de una comunidad y que también aproximan las relaciones económicas. Funciones que obviamente se potencian para las lenguas de comunicación internacional —el español, entre ellas— en un mundo que hoy globaliza la producción y los intercambios económicos, que hace más permeables muchas fronteras para el desplazamiento de personas y en una época que contempla el incesante despliegue de la sociedad del conocimiento, donde es crucial lo que se sabe, pero sobre todo cómo se transmite lo que se sabe.

En este escenario, el español comparece habiendo superado tres pruebas no fáciles, y las tres con nota sobresaliente: el paso del tiempo, las barreras de la geografía y el desafío de la unidad.

De lo primero —el paso del tiempo—, además de su condición de lengua ya milenaria, da buena cuenta el ininterrumpido crecimiento del número de sus hablantes —en torno a 550 según los más recientes recuentos del Instituto Cervantes— y también los excelentes resultados de un ambicioso programa de normativización a escala panhispánica, con ortografía, gramática y diccionario comunes, un logro formidable para una lengua con vocación internacional. Se trata de un hecho de índole estrictamente lingüística —homogeneidad que hace más atractivo el aprendizaje y facilita la comunicatividad, esto es, el entendimiento mutuo—, pero con efectos positivos sobre la expansión, la utilidad y, en definitiva, la economía del español en tanto que lengua de comunicación internacional. Solo el español, entre las grandes lenguas internacionales y merced a ese esfuerzo compartido de homogeneización, dispone de ortografía, gramática y diccionario comunes, es decir, de los tres códigos fundamentales de toda lengua culta. La posición aventajada que ello proporciona al español en su condición de lengua internacional es innegable: no se olvide que el lenguaje matemático, el más normativizado, es también el más universal.

El panorama que ofrece la geografía es también reconfortante. Lengua con significativa presencia en varios continentes desde temprana hora, el español mantiene hoy su condición de lengua propia a ambos lados del Atlántico, ampliando a la vez las respectivas fronteras. En América la tradicional alta concentración de hispanohablantes en los países con mayor impronta española —lengua geográficamente «compacta»— tiende a disminuir, dado el doble y simultáneo empuje del español hacia el norte, abriéndose paso como lengua materna, y también extranjera, en Estados Unidos (52 millones son ya los hispanos ahí según el Censo de 2011), y hacia el sur, al penetrar con firmeza en Brasil: “el español hará realidad el sueño imposible de Bolívar de unir a toda América” (Lago, 2011). En Europa, por su parte, es gradual el ascenso del español a la posición de segunda lengua de enseñanza, tras el inglés, desplazando al francés y al alemán en buena parte del continente. Por lo demás, el español no está mal posicionado ante el perceptible desplazamiento del centro de riqueza y poder planetario hacia el otro gran océano, el Pacífico: son grandes países hispanohablantes en la ribera de ese océano (México, Colombia, Perú y Chile) los que hoy presentan mejores ejecutorias económicas y mayores expectativas de crecimiento a medio y largo plazo, siendo los principales beneficiados del espectacular crecimiento del comercio bilateral entre China y América Latina durante la última década. Exitosa ha sido, en fin, la apuesta a favor de la unidad —que no es uniformidad—, evitando la fragmentación, como ocurrió en su día con el latín al escindirse en un nutrido ramillete de lenguas romance. Hoy, la lengua española no solo está menos dialectizada que el inglés y el francés, o que el chino y el hindi, sino que también presenta un alto grado de cohesión interna, pudiéndose subrayar la «unitaria pluralidad» del español merced al planteamiento panhispánico de la norma de corrección, no dictada desde España sino policéntrica.

En resumen, las credenciales actuales del español son estimulantes: es la segunda lengua de comunicación internacional, tras el inglés, siendo también la segunda lengua adquirida en los países de lengua no inglesa. Es, a la vez, la tercera lengua con más presencia en internet (por detrás del inglés y del chino mandarín), si bien ocupa la segunda plaza en la red tanto por número de usuarios como por páginas web, tanto en facebook como en twitter. Lengua plurinacional y multiétnica, el español reúne además importantes atributos —cohesión, limpieza y una ortografía casi fonológica—, que, al facilitar su aprendizaje y potenciar su funcionalidad, le hacen especialmente apto como idioma vehicular. Es, sin exageración, “la otra” lengua internacional de alfabeto latino, “la otra” lengua de Occidente: si el inglés es la lengua sajona universalizada, el español es la lengua románica universalizable. No una alternativa a aquélla, auténtica lingua franca universal de nuestro tiempo, pero sí su posible mejor complemento: la second global language, acompañante de la first one, ha sentenciado López García (2011), rindiendo el correspondiente tributo.

Citado de: «Lengua, Empresa y Mercado ¿ha ayudado el español a la internacionalización?»de los autores José Luis García Delgado, José Antonio Alonso y Juan Carlos Jiménez.